
Mannix. Si de la mar es el mero, para lechazo, el de Mannix en Campaspero.
Mannix, restaurante ubicado en el municipio de Campaspero, en la provincia de Valladolid, muy conocido por los aficionados al buen comer, por su oferta gastronómica en general y por su lechazo en particular.
Municipio situado a poca distancia tanto de Valladolid – poco más de 50 km-, como de Peñafiel – apenas 15 km -, y que después de haber hecho algo de turismo bien sea por la capital vallisoletana – llenas de lugares de interés turístico- como si la elección ha sido Peñafiel, que al propio interés turístico une un castillo con unas vistas inmensas, o el Museo Provincial del vino – situado en los bajos del castillo-, o la visita a algunas de las afamadas bodegas que radican en dicha población, decantarse por disfrutar de la comida en Mannix supone una excelente elección.
Y si esa ha sido tu elección – elección muy acertada, por cierto-, llegarás a una población pequeña, que cuenta con unos aproximadamente 1000 habitantes, y en la que se respira tranquilidad, claro, excepto cuando te acercas a la zona donde se encuentra Mannix. Zona muy céntrica y fácil de encontrar, dado que allí siempre hay bullicio, tanto de propios como de foráneos, que acuden a la llamada de una excelente cocina.
Un establecimiento que tiene su origen más remoto no en un restaurante sino en una carnicería – allá por comienzos del siglo XX -, que supone el embrión del actual establecimiento.
Con el paso del tiempo, la carnicería instala un horno de asar en el mismo establecimiento, donde elabora sus propios asados. El tiempo avanza, la fama del establecimiento crece, aparecen nuevas generaciones que va dando mayor impulso al negocio y acrecentando la fama e incrementando la clientela. Así año tras año, hasta el año 1981, año en el que después de una importante reforma se inaugura el actual restaurante y se sustituye el anterior nombre: Carnicería Mesón de Irene y Usebiete y se le dota del actual nombre: Mannix. Nombre que resulta cuando menos curioso y que merece una rápida explicación:
“Hace ya bastantes años se emitía en televisión una serie americana dedicada a un detective que respondía al nombre de Joe Mannix, pues bien, uno de los hermanos de los actuales responsables, solía jugar en la calle con una pistola de plástico emulando las actuaciones del detective, al padre le hizo gracia el juego de su hijo y decidió nombrar así al restaurante.”
Unas líneas más arriba, hablaba del paso generacional que ha ido trabajando y contribuyendo al desarrollo que nace en la primitiva carnicería hasta convertirlo en el emblemático restaurante actual. Por no alargar demasiado el post, me centraré solo en los actuales responsables del establecimiento, espero que si estos leen el post, me disculpen.
Actualmente, al frente del restaurante se sitúan los hermanos Marco Antonio que se ocupa del asador y Carmen que actúa como gerente del establecimiento. Junto a ellos, la madre de ambos doña Rosaura que supervisa la actividad, Carlos, marido de Carmen, que supervisa la sala y los hijos de Carlos y Carmen: Miguel y Gemma, el primero en sala y Gemma en cocina. Cinco generaciones de una misma familia, total casi nada.
Sala enorme, con capacidad – sin las restricciones a causa de la pandemia- de aproximadamente 300 comensales. Techos muy altos, espacio diáfano que se puede dividir utilizando biombos, decoración un tanto barroca que tiene su encanto y que en ningún caso te deja indiferente. Y lo principal, un local grande que se llena de comensales que salen más que satisfechos.
Y de las caras de satisfacción con las que salen los clientes, se ocupan principalmente dos personas: Marco Antonio que se ocupa de asar los lechazos en los tres hornos construidos a estilo clásico: con adobe y cubiertos de barro y su sobrina Gemma, joven y prometedora cocinera formada en la Escuela de cocina de Luis Irizar, y con practicas en el Celler de Can Roca o en la Terraza del Casino de Paco Roncero, que se ocupa de entrantes y postres – poniendo el punto de modernidad a la oferta del establecimiento -, así como de la elaboración de la importante carta de vinos, donde abunda, como es lógico, los caldos de la Ribera del Duero.
Y sin más preámbulos, comenzamos el festín, que es en definitiva a lo que hemos venido.
Interesante y variada la oferta de entrantes, donde caben tanto las propuestas más clásicas – propias de la región- como otras donde se aprecia la creatividad y el acercamiento a la cocina más moderna, más actual que propone Gemma. Sin embargo, como es conveniente dejar sitio para el plato principal y para el capitulo de postres, nos hemos decantado por propuestas bastante simples que no llenen en demasía el estómago.
- Ensalada de pimiento rojo asado, tomate y ventresca de bonito. Entrante que aporta frescura, perfectamente aliñado y que supone un buen comienzo.
- Croquetas de jamón y queso idiazabal ahumado con jalapeños. Muy buenas, por sabor y por textura. Cuando se habla de croquetas en general o se hacen las listas acerca de las mejores, éstas de Mannix no suelen aparecer en ellas, craso error, merecen figurar en ellas, están muy buenos.
Como plato principal – y como no podía ser menos -, vamos a por el afamado Cuarto de lechazo asado acompañado de una Ensalada de lechuga, tomate y cebolla que le aporta el contrapunto ideal.
Ese lechazo que genera “peregrinaciones” de comensales que acuden desde cualquier parte y que le sitúan entre los mejores lechazos del país.
Lechazo de raza churra, de unos 22 días de edad y peso entre 4 y 8 kilos. Escogidos personalmente por Marco Antonio, el maestro asador que a sus dotes de cocinero aúna sus conocimientos y experiencia como carnicero.
Cazuela de barro, agua en el fondo, los cuartos con la piel hacia abajo, un poco de sal y dejar que el horno haga su trabajo. Horno que es alimentado con madera de encina. No hay más secretos, bueno salvo el oído de Marco Antonio que es el que le indica el momento justo para darle la vuelta o el momento en que el lechazo está en su punto.
El resultado es magnífico, una piel crujiente, una carne tierna, jugosa, que se deshace en la boca, un espléndido sabor, una carne que no necesita cuchillo, basta con el tenedor o la cuchara para cortarla.
El peregrinaje de tantos y tantos comensales y las calificaciones, reconocimientos y premios que atesoran están más que justificados.
Y finalmente pasamos al capítulo de postres, territorio que maneja con soltura, imaginación y creatividad Gemma y cuya oferta se desdobla en dos apartados, los postres más clásicos – para no perder la tradición- y los postres más creativos basados en la técnica y estética del trampantojo.
Obviamente nos decantamos por esta última vía, con dos propuestas que nos parecen complementarias, con una buscamos aportar frescura después del lechazo y con la otra dejar más sensación de dulce, de poso, de postre en boca.
- Lima: Cremoso de lima kaffir con corazón de lima fresca y estragón sobre peta zetas, gel de limoncello y mango

Mannix (Postre Lima. Cremoso de lima Kaffir, lima fresca, estragón, peta zetas, frutas liofilizadas, gel de limoncello y mango)
- Otoño: `Piña de pino ? mousse de tiramisú sobre crumble de avellana y café, helado de café y ron con hojas de chocolate
Ambos, cada uno en su estilo, cumplen su misión perfectamente. En la carta quedan otros muchas propuestas de las que daremos buena cuenta en futuras visitas.
También somos “peregrinos” aunque nuestro peregrinaje no será solo por las virtudes del lechazo – que lo merece- , también por los postres.
Mannix.
Calle de Felipe II, 26 Campaspero (Valladolid)
Tlf: 98 369 80 18
Precio medio, en torno a 55 – 60 €